Algunos de los espectadores reales del teatro protestaron porque se pretendiese engañarlos con algo tan poco realista. En esas circunstancias, se produjo la conversación de la que extraemos algunos fragmentos.
UN ESPECTADOR: No entiendo cómo usted puede defender una representación como ésta.
OTRO ESPECTADOR: ¿No es cierto que cuando usted va al teatro no espera que todo lo que verá sea verdadero o real?
UNO: Cierto. Pero pretendo que por lo menos todo me parezca verdadero y real.
OTRO: Cuando usted está en la ópera, ¿no siente un placer vivo y completo?
UNO: Sí, muy cierto.
OTRO: Pero si la gente en el escenario todo lo hace cantando, incluso se baten cantando y mueren cantando, ¿dirá usted que toda la representación presenta aunque sea una ilusión de lo verdadero?
UNO: Estoy confundido. En efecto, nada de ello me parece verdadero.
OTRO: Y sin embargo, usted está completamente satisfecho cuando ve un espectáculo así.
UNO: Sin duda.
OTRO: ¿ Y no siente que en la ópera usted es totalmente engañado?
UNO: Engañado, no querría usar esa palabra...pero es algo que está muy emparentado con el engaño. Pero uno llega a olvidarse de sí mismo e incluso llega a estar arrebatado. Me ha pasado en innumerables ocasiones.
OTRO: Afirmo que la ópera no representa de manera verosímil aquello que imita. ¿Pero podemos negar que posee una verdad interna como resultado de la consecuencia de una obra de arte?
UNO: Si la ópera es buena, sin duda conforma un pequeño mundo aparte, en el que todo debe ser juzgado según sus propias leyes y cualidades inherentes.
OTRO: ¿No se desprendería de esto que lo verdadero en arte y lo verdadero en la naturaleza son totalmente diferentes, y que de ninguna forma el artista puede pretender que su obra parezca una obra de la naturaleza? Esta exigencia de parecido sólo ocurre en la mente de un espectador inculto.
UNO: Extraño pero suena bien. Pero acuérdese de los pájaros que volaban hacia las cerezas del gran maestro Zeuxis. ¿No demuestra esto que las frutas estaban maravillosamente pintadas?
OTRO: No. Antes me demuestra que aquellos aficionados no eran más que gorriones. Por cierto, los gorriones no querían disfrutar de esa pintura, sino comerse las cerezas.
(...)
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